Ahí estaban. Adán y Eva, momentos después de la Caída, esperando su castigo. Dios les había advertido que la consecuencia por comer del árbol prohibido era la muerte (Génesis 2:17), pero no hicieron caso. Se dejaron llevar por el enemigo, la tentación, y su propio deseo de ser como Dios (Gén. 3:3). Decidieron desobedecer, y ahora tendrían que pagar las consecuencias.
Uno por uno, Dios los castigó. A la mujer se le multiplicó los dolores de parto (Gén. 3:16), al hombre se le dijo que tendría que esforzarse más para poder comer (Gén. 3:17), y a la serpiente se le hizo arrastrarse por la tierra por el resto de su existencia (Gén. 3:14). La Biblia no describe cuál fue su reacción al recibir estos castigos, pero yo me los imagino como dos niños pequeños con sus ojos cerrados, esperando el chancletazo de su mamá. Pero, en vez de un chancletazo (la muerte), solo recibieron un regaño.
Aunque es solo mi imaginación, yo imagino a Adán y Eva, luego de darse cuenta de que no habían muerto como Dios había dicho, abriendo sus ojos lentamente, mirándose el uno al otro, y decir, “¿Ya?” Lo imagino así porque no puedo pensar que Adán y Eva entendían en ese momento la seriedad de su pecado, y la severidad de las consecuencias. Quizás no entendían que su decisión afectaría al resto de la humanidad para siempre, que la muerte en este caso no era solo física (la cual comenzó en ese momento en un proceso gradual), sino espiritual, y que pronto vivirían el efecto directo de su pecado con la muerte de uno de sus hijos (Abel). Si yo estuviera en su lugar, lo único que estaría pensando es que, en vez de recibir el castigo mayor (la muerte), Dios me dio el castigo menor. “¡Nos salvamos!,” diría yo.
Aunque en cierto sentido sí murieron (su muerte física comenzó en ese momento, y murieron espiritualmente), la realidad es que no murieron en ese momento tal como se entendía que iban a morir. Si leemos Génesis 2:17, sin conocer el resto de la historia, se entiende que Dios les está diciendo que literalmente morirían en el mismo día en que decidieran comer del árbol prohibido. Sin embargo, no fue así. ¿Por qué? La respuesta la vemos en el castigo de la serpiente:
“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” Génesis 3:15
Este pasaje es conocido como el “proto-evangelio.” Es decir, el primer evangelio, o el evangelio, antes del evangelio. Se le dice así porque es la primera vez en la Biblia que Dios nos promete un Salvador, que luego es identificado como el Mesías (Jesús). Para poder entender este, debemos de entender el contexto cultural en el que Génesis fue escrito. Sencillamente, Génesis fue escrito en una cultura patriarcal, y dentro de tal cultura, este pasaje no tiene sentido.
Un pequeño paréntesis: La cultura patriarcal no es lo mismo que una cultura machista. Esto es una conexión falsa creada por el movimiento feminista radical moderno, en donde intentan pintar a esta cultura de una manera que no refleja la realidad. Claro está, además de ser patriarcal, también era machista en ciertos aspectos (la mujer no tenía casi valor, no podía tener propiedad, y su opinión no era valorada), pero este machismo no es una parte de una cultura patriarcal. Hoy día no vivimos en una cultura patriarcal, sin embargo, sí vivimos en una cultura machista. Las dos son cosas distintas, y una no necesariamente tiene que ver con la otra. La Biblia no afirma el machismo, pero sí refleja el patriarcado. Quizás abunde un poco más sobre este tema, otro día.
Una de las características de una cultura patriarcal era que las genealogías se establecían a través de los hombres, no las mujeres. En otras palabras, en esa cultura, yo me identificaría como “Manuel, hijo de Carlos,” y no, “Manuel, hijo de María.” Los hombres cargaban la descendencia (similar a cómo hasta recientemente, cuando una mujer se casa, asume el apellido del hombre, y este es heredado por los hijos, pero solo los hijos masculinos pueden continuar el apellido), y era a través del linaje masculino que se establecía la herencia. Como ejemplo de esto, pueden leer la genealogía de Adán en Génesis 5. Adán tuvo a Set, Set a Enós, Enós a Cainán, Cainán a Mahalaleel, Mahalaleel a Jared, Jared a Enoc, Enoc a Matusalén, Matusalén a Lamec, y Lamec a Noé. Las mujeres solo se mencionan de manera pasajera (“Adán engendró hijos e hijas”), pero nunca forman parte de la genealogía.
Con esto en mente, podemos volver a Génesis 3:15 y darnos cuenta de que este pasaje no tiene ningún sentido dentro de una cultura patriarcal. Fíjense que Dios hace un contraste entre la simiente (descendencia) de la serpiente, y la de la mujer, no del hombre. Adán no es mencionado en este pasaje, solo la mujer. Es como si la simiente del cual se está hablando aquí solo nacería de una mujer, y no de un hombre. Esto es reafirmado y aclarado en Isaías 7:14, y el cumplimiento de esta profecía lo vemos en el nacimiento de Jesús por medio de la virgen María.
Luego de esta afirmación contracultural, Dios dice que la simiente de la mujer herirá a la serpiente en la cabeza, mientras que la serpiente herirá a la simiente en el calcañar (el talón del pie). La manera en que está escrito parece indicar que ambas heridas ocurrirán a la misma vez, en un solo evento, como si la serpiente y la simiente de la mujer estuvieran luchando en el momento de las heridas. El pasaje nos menciona dos heridas, y lo que las distingue la una de la otra es que la herida en el calcañar no es mortal, mientras que la herida en la cabeza sí lo es. Una vez más, esta profecía es reafirmada y aclarada en otras partes de la Biblia, como Isaías 53 y Salmos 22, y finalmente se cumple en la crucifixión de Jesús.
En la crucifixión, el enemigo se creía que estaba venciendo a Jesús con Su muerte, pero en realidad estaba garantizando su propia destrucción. Jesús resucitó al tercer día (la herida del calcañar), y en ese momento selló la condenación eterna del enemigo (la herida en la cabeza).
En el momento en el que Adán y Eva pecaron, mereciendo la muerte del cual fueron advertidos, Dios tiene misericordia y usa la situación para prometerle al mundo entero la llegada del Mesías, el Salvador, quién moriría en su lugar. Es por esto que Adán y Eva no murieron en ese momento, a pesar de que lo merecían.
Esto es un patrón que vemos una y otra vez a lo largo de la Biblia. Cada vez que el pueblo de Israel pecaba, Dios les castigaba o les advertía sobre un castigo futuro. Pero, cada vez que Dios les hablaba del castigo, lo seguía con una promesa de perdón y redención por medio del Mesías, el Salvador. Lo importante de la primera promesa en Génesis 3:15 es que esta promesa se le dio a Adán y Eva, antes de que existiera tal cosa como el pueblo de Israel, mostrando que, desde el principio, el plan de salvación de Dios era para el mundo entero, y no solo para un pueblo.
Pero, lo que yo quiero enfatizar aquí es que esta promesa de un Salvador, Dios se lo dio a Israel una y otra vez, por miles de años. Cada vez que Israel pecaba, le daba la espalda a Dios, eran conquistados, castigados y oprimidos, Dios les recordaba la promesa. Es como si Dios les estuviera diciendo que, pase lo que pase, no se olviden que Él está con ellos. Por miles de años, entonces, el pueblo de Israel estaba acostumbrado a tener una relación con Dios, aún cuando le daban la espalda. Dios nunca los abandonó, y mantenía una comunicación constante con ellos por medio de Sus profetas. Por miles de años, el pueblo de Israel no sabía lo que se sentía experimentar el silencio de Dios, porque Dios nunca les dejó de hablar.
Todo esto cambió luego del profeta Malaquías, el último profeta de Israel del antiguo testamento. Sus últimas palabras fueron una promesa de redención, profetizando la venida de Elías, quién sería el precursor del Mesías (Malaquías 4:5-6). Luego de esta promesa, Dios dejó de hablar, y este silencio duró por 400 años, en lo que se conoce como el periodo inter-testamentario (entremedio de los dos testamentos).
Imaginen cómo se debe sentir que, luego de miles de años con una comunicación constante, directa e indirecta, con Dios, de repente Dios deja de hablar. ¿Cómo se debe sentir estar 400 años en total silencio de parte de Dios, mientras tu estás siendo conquistado y oprimido por otras naciones? Todos hemos experimentado momentos en donde sentimos que Dios no nos habla, pero nuestra experiencia jamás se puede comparar con la experiencia de Israel. Sencillamente, debió haber sido sumamente difícil mantener fe en Dios, y seguir creyendo en Sus promesas.
Luego de 400 años, este silencio se rompió, y llega el primer profeta de Dios desde Malaquías: Juan el Bautista. Y, ¿cuál es el mensaje que trajo Juan el Bautista? Arrepiéntanse, porque el reino de Dios ha llegado (Mateo 3:2). Juan no solamente rompió el silencio de 400 años, sino que vino para decirle al pueblo que el tiempo del Mesías había llegado. Y, ¿quién era ese Mesías? Nada más y nada menos que Jesús (Juan 1:29-34). En otras palabras, no tan solo fue interrumpido el silencio de 400 años, sino que finalmente había llegado el momento del cumplimiento de todas las profecías Mesiánicas, las cuales Dios les estaba prometiendo por miles de años. Miles de año de espera, y, ¡al fin había llegado el momento! ¡Cuán increíble debió haber sido este momento!
Sin embargo, a pesar de todo esto, el pueblo de Dios (en general) no creyó, rechazó a Jesús como Mesías, incluso lo condenaron a muerte, eligiendo a un asesino por encima del mismo Hijo de Dios (Mateo 27:15-21).
¿Por qué?
Existen varias razones, una de ellas espiritual (corazón duro, a raíz del pecado). La razón que quiero enfatizar aquí es que, uno de los efectos de esos 400 años de silencio es que el pueblo de Israel se encargó de comenzar a interpretar y reinterpretar ciertos pasajes del antiguo testamento. Entre otras cosas, fue en este periodo que los judíos desarrollaron su concepto del infierno, ángeles y demonios, por ejemplo. Entre otras cosas, en este periodo el pueblo de Israel había desarrollado su concepto del Mesías. En otras palabras, cuando Jesús llegó al mundo, ya los judíos tenían una imagen del Mesías en su mente, y sencillamente, Jesús no cumplía con esa imagen. Para los judíos, el Mesías iba a ser un líder político, que liberaría a Israel de toda opresión terrenal. En este caso, los judíos vivían bajo el poder del imperio romano, y por lo tanto si Jesús realmente era el Mesías, debió haber derrotado a este imperio, liberando al pueblo de Dios, y reinando junto a ellos por el resto de la eternidad.
Este último punto es sumamente importante, porque la muerte de Jesús destruyó la fe de muchas personas, incluyendo a los discípulos. La razón por la cual la muerte de Jesús tuvo este efecto es porque los judíos entendían que el Mesías se supone que viviera para siempre. Esta creencia no es bíblica, y va contrario a las profecías Mesiánicas como las que mencioné arriba. Pero, el punto es que los judíos tenían en su mente una imagen del Mesías, el cual no cuadraba con Jesús. Por esta razón, los judíos (en general) rechazaron a Jesús como un falso Mesías, y tristemente continúan esperando hasta hoy día la llegado de su Salvador. Lamentablemente, a raíz de tanta espera han tenido que reinterpretar las profecías bíblicas, ya que, en base de su interpretación original, ciertas profecías ya no se pueden cumplir hoy día.
¿Qué tiene que ver esto con la navidad, y por qué le dediqué tanto espacio a este tema? Sencillo: de la misma manera en que los judíos crearon una imagen del Mesías, y en base de esta imagen rechazaron al verdadero Mesías (Jesús), muchos hoy día tienen y enseñan una imagen de Jesús la cual no cuadra con el Jesús de la Biblia, y a raíz de esto rechazan al verdadero Jesús.
Esto es de esperarse de los no-creyentes, pero lo triste es que esta práctica no ocurre solamente entre los no-creyentes, sino que está pasando dentro de la misma iglesia. Es de esperarse que un no-creyente diga que todas las religiones son iguales, pero es inconcebible que el 58% de los jóvenes cristianos afirmen que todas las religiones son igual de válidas. Es de esperarse que un no-creyente pida tolerancia para todo estilo de vida, justificando al pecado, pero es inconcebible que la iglesia no se atreva hablar del pecado porque no debemos “juzgar.”
La realidad es que la imagen que muchos han creado de Jesús no coincide con el Jesús de la Biblia, es algo que debe de causar alerta en la iglesia, y provocar un cambio radical. Por ejemplo, ya mencioné que en la iglesia casi no se habla de pecado por miedo a ofender o porque no se puede juzgar. Sin embargo, las primeras palabras que salieron de la boca de Jesús en el comienzo de Su ministerio público fueron, “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). Jesús constantemente hablaba del pecado, y algunos dicen que el tema del infierno es una de las enseñanzas más comunes de Jesús, en cuanto al espacio dedicado a este tema en los evangelios. Más importante aún, siempre que se habla del evangelio en el nuevo testamento, el pecado y/o el arrepentimiento es mencionado. Pablo resume el evangelio de la siguiente manera: “Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:3-4).
En otras palabras, no existe evangelio sin el pecado. Cualquiera que predique el evangelio, sin hablar del pecado, no está predicando el evangelio. Sin embargo, muchos quieren proclamar una imagen de Jesús que no vino a hablar del pecado, sino que solo vino para enseñarnos sobre el amor y la esperanza. Similarmente, he escuchado a muchos decir que, si Jesús estuviera aquí, aceptaría a todos por igual, no los juzgaría ni los condenaría. Es común pintar una imagen de Jesús pasiva, que le pasa la mano a todos, y solo habla del amor. Sin embargo, en más de una ocasión Jesús llamó a la gente hipócritas (Mateo 23:13), o hijos del diablo (Mateo 12:34; Juan 8:44).
No estoy diciendo que el cristiano debería de andar por ahí llamándole a las personas hipócritas o hijos del diablo, ya que, si lo hacemos, tendríamos que comenzar por nosotros mismos, ya que todos somos igual de pecadores, no-merecedores de Su perdón. Pero, tampoco podemos actuar como si Jesús no hubiera sido fuerte en Su mensaje, como si nunca hubiera juzgado, criticado, o condenado a nadie. No olvidemos que, en algún momento dado, Jesús se molestó tanto con la gente que volcó las mesas que estaban en el templo, preparó un azote de cuerdas, y sacó a todo el mundo fuera (Juan 2:14-15). Era tan fuerte el mensaje de Jesús, en ocasiones, que en alguna ocasión la gente lo escuchó, y se fueron de Su lado porque el mensaje era muy duro (Juan 6:60). Y, a raíz de esto, los mismos discípulos se ofendieron, y algunos se fueron para no volver (Juan 6:66). Y, ¿cuál fue la respuesta de Jesús? ¿Apaciguar o cambiar Su mensaje? No. Jesús les dice a los doce, “¿Acaso quieren irse ustedes, también?” (Juan 6:67).
Todo esto lo digo, no para incitar más mensajes agresivos en la iglesia, o provocar que solo hablemos del pecado o la condenación, o que comencemos a andar por ahí, llamándole a las personas pecadores, hipócritas, hijos del diablo, etc. En especial en estos tiempos, el mensaje de amor y de esperanza de Jesús es necesario. Pero, no podemos actuar como si este otro aspecto del mensaje no existiera, o pintar una imagen de Jesús que no es correcta. Ambos aspectos del evangelio (el pecado y el arrepentimiento por un lado, y el perdón y la salvación por otro lado) son esenciales, y si ignoramos uno o el otro, ya no estamos predicando el evangelio, ni proclamando a Jesús.
En tiempo de navidad, esta exhortación es más importante que nunca. Además de la distorsión que ha ocurrido dentro de la misma iglesia, el mundo se ha encargado de distorsionar el significado de la navidad, apoderándose de una celebración que no tiene sentido, fuera de Jesucristo. Esta imagen de navidad centrada en Santa Claus (quién, también, fue una figura real), los regalos, las decoraciones, etc., se ha apoderado del verdadero significado de la navidad: el nacimiento de Jesús, el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios. Y, no es que es malo celebrar la navidad de otra manera. No es malo disfrutar el concepto de Santa Claus, especialmente para los que tienen hijos, dar regalos, decorar las calles y las casas de luces que traen alegría, al verlas, escuchar música navideña, comer, y disfrutar en familia. Nada de esto es malo, pero no podemos permitir que, en medio de esta celebración, olvidemos el verdadero significado de la navidad.
Mi exhortación en esta navidad para la iglesia, entonces, es que reflexione sobre el mensaje que nos hemos encargado de proclamar, y la imagen de Jesús que hemos creado, y nos preguntemos si este es el verdadero mensaje del evangelio, y si es el verdadero Jesús de la Biblia. Si no lo es, tenemos que cambiar, ya. No podemos continuar permitiendo una distorsión del verdadero evangelio y del verdadero Jesús, sustituyéndolo por una imagen que, aunque es más fácil de aceptar (como Santa Claus), no es real, y por lo tanto no ofrece la verdadera esperanza de la navidad: la salvación.
La navidad es una celebración del nacimiento de nuestro Mesías; nuestro Salvador. Luego de miles de años de espera, y luego de 400 años de silencio, Dios rompe ese silencio y cumple Sus promesas, ofreciéndole salvación al mundo entero. ¿Qué tenemos que hacer para ser salvos? Creer en Jesús como nuestro Salvador, arrepintiéndonos de nuestros pecados. Entendiendo eso, podemos celebrar la navidad correctamente, llenos de gozo y de alegría, no porque hemos recibido algún regalo material, sino, “Porque un niño nos es nacido…y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).
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